Hace poco más de 30 años se produjo la primera frustración de una generación de colocolinos que estaba acostumbrada a títulos nacionales, pero que nunca se había entusiasmado con un torneo internacional, la generación que oscilaba entre los 6 y los 18 años. La que en 1991 disfrutó con la obtención de la primera Copa Libertadores para Chile, y que luego se acostumbró a ver a la UC, la Unión, la U y el mismo Colo Colo en instancias decisivas del torneo de clubes más importante de América.
El 15 de agosto de 1990, ante 75 mil personas y otras 10 mil afuera, Colo Colo jugó el partido de vuelta de los octavos de final de la Copa de ese año. Habían avanzando en un grupo con la UC y los peruanos de Sporting Cristal y Unión Huaral, y en la segunda fase se enfrentaron en partidos de ida y vuelta al Vasco da Gama. La ida fue 0-0 en Brasil y la ilusión quedó a tope. Por los brasileños jugaba una dupla de centrales de temer: el ecuatoriano Holguer Quiñones, literalmente de temer, y Celio Silva, quien en 2001 jugó en Católica tras un traspaso frustrado en 1997 al Manchester United. Además tenían a Roberto Dinamita, Bismarck, Cassio, el portero Acacio, entre otros.
Colo Colo, por su parte, tenía a casi los mismos jugadores que un año más tarde levantarían la Copa, pero en otras posiciones con Arturo Salah en la banca. Rubén Espinoza, quien con Jozic era conductor, en 1990 era lateral derecho. El líbero Garrido era primer central en línea de cuatro, El contención Vlches era segundo central. El stopper Margas era lateral izquierdo, el carrilero Pizarro era doble volante de corte. Jugaba Ormeño y Sergio Díaz. Barticciotto era cuarto volante para dejar a Dabrowski y Martínez arriba. Miguel Ramírez no era titular.
Lo que pasó esa tarde de 15 de agosto de 1990 en el estadio Nacional fue una tragedia. Tras el el 0-0 en Brasil los albos de Salah salieron con todo. Rubén Espinoza abrió el marcador con un tiro libre perfecto recién a los nueve minutos y a los 44’ aumentó Barticciotto con un golazo desde fuera del área. Fiesta total en Ñuñoa, Colo Colo se metía en cuartos de final. A los 46’ descontó Bismarck y a los 60’ empató Roberto Dinamita, pero Rubén Espinoza puso el 3-2 a los 60 minutos mediante penal. Era especialista. Era la figura del partido.
Pero lo peor estaba por venir. A los 65’ Salah sacó al delantero Rubén Martínez para poner al volante Julio Pastén. Barticciotto sería segundo delantero, perdiendo un hombre en el área. A los 72’ Miguel Ramírez ingresaría por Raúl Ormeño, en un cambio que siguió echando al equipo hacia el área de Daniel Morón. Tras eso, la pesadilla. A los 89’, cuando el estadio ya coreaba el paso a la ronda de los 8 mejores, fue William quien puso el 3-3 final. Silencio que se escuchaba en el Nacional.
Vinieron los penales Colo Colo y Vasco no fallaban. Los albos habían acertado con Sergio Díaz, Jaime Pizarro. Eduardo Vilches y Julio Pastén. Faltaba el especialista, la figura alba: Rubén Espinoza. Por los brasileños fue Celio Silva quien puso el 5-4. En la transmisión decían “después que Espinoza convierta se irán uno y uno”. Pero no. Espinoza no convirtió. El especialista tiró fuerte a la derecha del arquero y éste llegó e interceptó con mano cambiada. Otra vez silencio conmovedor en el estadio Nacional. El llanto afloró en varios de los jugadores albos. El más afectado era Espinoza, obviamente.
Ese camarín fue uno de los más tristes en la historia del fútbol chileno. La leyenda dice que ahí se juramentaron ser campeones al año siguiente, supuestamente con el mismo Salah como DT. El guión siguió. Salah había negociado a escondidas con Tigres de México tras ganar en junio el Torneo de Apetura y en Colo Colo estaban decididos a reemplazarlo por Mirko Jozic, quien estaba en las divisiones inferiores desde 1987.
Tras la eliminación se ratificaría la llegada del croata y Salah partiría a la Roja, donde solo esperaban el fin de su participación internacional con Colo Colo. Con casi el mismo plantel, pero con otro esquema y más capacidad aeróbica, los albos se coronaron en 1991. Cumplieron la promesa del 15 de agosto de 1990 en un desolador camarín del estadio Nacional. Eso fue hace poco más de 30 años.