Era inevitable mirar el calendario del torneo y revisar en qué momento a tu rival al título le tocaba perder sus puntos con Cobreloa en Calama. Ni siquiera hablamos del Cobreloa de los 80, el de Andrés Prieto o Vicente Cantatore, sino que ya el de los 90 e inicios de los 2000, con el que crecimos gran parte de la generación que hoy usa redes sociales. El Cobreloa 92 de Sulantay, el del Peineta Garcés, Chueco Hermosilla, Chifli Rojas, Arturo Salah, Malbernat, y hasta el del Nano Díaz, Pelao Acosta y Luis Garisto.
En los 90 Cobreloa tuvo periodos bajos. En 1997, por ejemplo, intentó con Pablo Trobbiani y en 1996 con Fabián Vásquez. En 1995 con Marcelo Galeazzi y el 93 le erró al uruguayo Elio Rodríguez. Aún así, nunca, ni cerca, estuvo de la etapa que pasa actualmente, donde prácticamente está con un pie en la tercera categoría del fútbol chileno, la Segunda División Profesional.
Eso era porque pese a malas etapas, malos DTs, o a los típicos conflictos en el desierto de Chiquicamata, Cobreloa lo sacaba adelante ayudado por la altura, su público, y a la estampa de equipo grande que había forjado en la década de los 80. Hasta 1996 estuvo Ligua Puebla para recordarlo, luego Fernando Cornejo, Pedro Jaque o Marcelo Miranda, emblemas del título de 1992. Ni contar el aporte de Codelco, ayudando con dinero y alentando en la tribuna, una caldera cuando se jugaba de día. Fervor que los llevó a dos finales de Libertadores, perdiendo esa ventaja cuando eran “sacados” al Estadio Nacional de Santiago. Al menos quedaba la sensación que mientras se jugara en Calama, no iban a pasar zozobras.
La magia se fue yendo, también los históricos. Fue Luis Fuentes el que tomó la última posta, líder de los últimos títulos loínos. Tras él, la jineta empezó a pasar de brazo en brazo, a la vez que, en una especie de oasis en el desierto, aparecían jugadores como Charles Aránguiz, Alexis Sánchez, Eduardo Vargas o Junior Fernandes. Quizá aquello fue lo último a destacar, con el Fantasma Figueroa en la banca, campeón el 92 y goleador el 93. Con sus defectos y virtudes, el último eslabón con los gloriosos 90, pero también uno de los protagonistas en el descenso de 2014. Ya son siete años en el infierno, y no en ese infierno que era jugar en Calama años antes.
Hoy, ni Jaime Riveros, ni Heidi González, ni Marcelo Álvarez, ni Mauricio Donoso, Rodrigo Pérez o Limache González están ahí para salvarlos. Son demasiados nombres para hablar de todos. Muchos seleccionados, muchos parte de los planes de los DTs respectivos de la Roja para ir a jugar a La Paz o Quito. Se extrañan, se fueron perdiendo las huellas de los jugadores de Cobreloa. Hoy hay que ir a Wikipedia para saber su plantel. Le perdimos la pista al cuarto grande. También cayeron las idolatrías. Ni Pato Galaz desde la dirigencia, ni Rodrigo Meléndez desde la banca pudieron devolverle la mística. Tampoco jugadores que en su momento se autodespidieron para poder irse a la U y que hoy son sus referentes.
Demás está decir que ni Vargas, ni Fernandes, ni Aránguiz ni Junior sueñan con retirarse en Calama. Todos se pasaron de naranja a azul, lejos del espíritu del último gran ídolo, Fernando Cornejo. Formado en O’Higgins, simpatizante de Católica, pero hincha de Cobreloa desde que conoció el cariño de Calama. Él sí volvió cuando lo necesitaron y se retiró en el club. Como José Luis Díaz o el Pato Galaz en su momento. No muchos más.
Ya poco y nada de esa mística queda. Llegó Héctor Almandoz, DT argentino para tratar de salvar el barco a la deriva que dejó Kalule Meléndez. Es que no hay fórmula mágica. Fallaron los históricos como Figueroa, Sulantay o Mélendez, también los foráneos en su momento. Recordar que por ahí pasaron Javier Torrente, Víctor Rivero, César Vigevani y muchos más sin apego con el club. Todos con su cuota de responsabilidad para el momento actual, el que lo tiene como el peor equipo de la segunda categoría, con los mismos, o quizá un poco más de apoyo que su primo Cobresal, que sobrevive, vive, y es protagonista de la primera categoría, estando incluso a menos altura que Calama.
Ya son siete años en la B, mínimo serán ocho. Se perdió el clásico con Colo Colo, porque las generaciones actuales ni siquiera lo sitúan como cuarto grande. Se les perdona. En el 2000 una encuesta seria llegó a la conclusión que para los chilenos la Lazio de Marcelo Salas era el mejor equipo de la historia. Se les perdona, nuestra generación también cayó en la inmediatez. Ojalá que el que no caiga ahora sea el cuarto grande, el dos veces finalista de la Libertadores. Lo necesitamos en Primera. Que no sea un nuevo Magallanes.
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