La Bundesliga, firme junto al pueblo

Cuando llenamos el álbum de EEUU 1994, ese de las galletas McKay, muchos nombres ya los conocíamos. Y no solo los nombres, también sus apodos. En Suiza estaba Stephan “Chocolate” Chapuisat, en Alemania Thomas “Poroto” Hassler, Lothar “Mateíto” Matthaus, Olaf “El Niño de las Peinetas” Thon o Karl Heinz “Marraqueta” Riedl. Los conocíamos gracias a Andrés Salcedo, el colombiano que hizo famoso a un centenar de sobrenombres desde la época de “Caperucita Roja” Rumennige, de  “Loquillo” Pfaff, de Harald “Tony” Schumacher, el “Leñador” Briegel, y la mejor etapa de Pierre “Migajita” Littbarski. ¿El mejor de todos? Norberth “El Espía que vino del frío” Nachtweih, un defensor y volante de la Alemania comunista que jugaba entre los alemanes federales. Justamente fue la unificación de las Alemanias lo que devolvió a Salcedo hasta Colombia. Su legado sigue hasta hoy.

Salcedo había llegado en los 70 a Alemania desde España para trabajar en la versión en español del canal Deutsche Welle, misma señal alemana de la que muchos canales chilenos se “cuelgan” hasta hoy para rellenar. Su esplendor en el relato, en el que empezó junto a los chilenos Patricio Bañados y Sergio Silva luego de especializarse en el béisbol y el boxeo, fue en los 80, cuando el canal que hoy conocemos como Chilevisión retransmitía partidos de la Bundesliga hasta con cuatro días de desfase. El futbolero ochenteno lo apreciaba igual. Igual no había mucha forma de enterarse antes de los resultados. El relato venía en su versión original. ¿Conclusión? En los 80 ya nos colgábamos del DW, de esos canales que están desde que pusimos TV cable por primera vez, pero en el que pocas veces nos hemos detenido.

Tras 1989 el fútbol alemán pasó a voces y rostros locales. Ya con el ghanés Anthony Yeboah y con los alemanes Bruno Labbadia y Andreas Möller como nuevas figuras, Vladimiro Mimica, Héctor Awad y Miroslav Mimica tomaron el relevo en UCV Televisión, injustamente apodado como No Se Ve Televisión. Siempre con la romántica distinción de ser partidos en diferido, un día de semana en la noche, cuando había que pelear por la única televisión de la casa. Un día daban uno de Argentina, otro día de Alemania, y, por temporadas, de Colombia o Brasil con Jorge Aravena lanzando tiros libres desde mitad de cancha. Claro, nunca en vivo. Había que esperar que llegara el avión con los VHS.

Hoy, otra vez el fútbol alemán es lo poco que tenemos disponible los que queremos ver fútbol. Sin gente y sin apodos, eso sí. Sin magia para algunos. Esa magia de esperar un partido del Chocolate Chapuisat o del Tony Yeboah. O uno de Argentina donde ojalá jugara Luka Tudor. O sorprendernos con Ángel David Comizzo escuchando desde su arco un penal con una radio a pilas que le habían lanzado desde la tribuna en un superclásico River-Boca. Eso había pasado tres días atrás, pero en ese tiempo lo hubiéramos tuiteado en el acto. Otra época. De niños, de confinación nocturna, de sentarse frente a la tele a ver fútbol alemán.  Bueno, hoy solo cambia lo de niños. Si recuerdas haber escuchado “en vivo” los apodos de Salcedo es porque estás en grupo de riesgo. Afortunadamente por acá somos de la época de UCV.