Cobreloa tenía plata, pero no quería jugar. Club Ciclista Lima se moría por jugar, pero no tenía ni un peso. Tras O’Higgins en 1992, Colo Colo en 1993, y la U en 1994, la Copa Conmebol 1995 tendría a los loínos como representante chileno tras su segundo lugar en la Copa Chile, ya que el campeón, Universidad Católica, ya había disputado un torneo internacional ese año. Pese a estar clasificados desde que derrotaron a Concepción en semifinales, celebración incluida, Cobreloa no quería jugar. El equipo dirigido por Jorge Garcés peleaba por el titulo en el Torneo Nacional y no quería dar ventajas. Los enfrentamientos ante Ciclista serían la última semana de octubre y la primera de noviembre, ya en tierra derecha en el campeonato chileno.
Los peruanos eran un equipo casi centenario, pero que recién a comienzos de los 90 pudieron hacerle honor a su chapa de equipo tradicional. Fue el chileno Ramón Estay quien los ascendió desde segunda división tras quince años y luego los hizo ser protagonistas en la A. En 1994 fueron subcampeones del Torneo de Apertura tras Sporting Cristal y se ganaron su cupo a la Conmebol de 1995. Una alegría antes del peor año de su historia.
Ese 1995 Club Ciclista no vivía, sobrevivía. El chileno Estay se había ido a Alianza Lima, el equipo no andaba bien, deambulaba de estadio en estadio y no cobraba hace meses. El club no se hacía cargo de los viáticos ni de la alimentación antes de los partidos, y era el arquero Ramón Quesada quien acondicionaba su casa como comedor previo a los enfrentamientos. Para viajar hacían colectas, no tenían médicos. Así y todo querían jugar sí o sí la Conmebol, su primera experiencia internacional en 99 años.
La dirigencia tenía un plan. Juntar dinero para viajar en avión hasta Tacna, hacer dos amistosos ante Bolognesi, juntar dinero, y con eso hacer la segunda parte del viaje hasta Calama. No alcanzaron a juntar ni para el primer viaje y se les amenazó con perder su cupo para dárselo a Cienciano. Finalmente, solo 8 días antes del partido, a Cobreloa le confirmaron su participación gracias a un aporte de la Federación Peruana para realizar el viaje a Chile. Claro que sería en bus, y desde Lima.
La ida se jugó el 25 de octubre y tuvieron que conseguirse el estadio de Alianza Lima. Cobreloa fue con un equipo lleno de suplentes y juveniles, tuvo dos expulsados antes de los 30 minutos, y cayó 4-1 en Perú. No tuvo dónde entrenar y debió hacerlo en una plaza pública de la capital peruana, a pocas cuadras del Hotel. No hubo periodistas chilenos, y lo que se supo de ese partido fue gracias a lo que contaba en Calama el Profesor Garcés, quien exageraba sin mentir. Capaz que ni siquiera hubo expulsados.
La vuelta se jugó el miércoles 1 de noviembre en una calurosa tarde calameña. Los peruanos habían llegado poco antes de su viaje en bus de más de 12 horas. Se bajaron y jugaron. Su figura era el volante Juan Carlos Bazalar, quien poco pudo hacer para evitar el 7-2 del Cobreloa que ahora sí se lo había tomado en serio. Había puesto a Juan Carreño, Jaime Riveros y Pedro Heidi González como volantes ofensivos, y a Mario Rojas y Marcelo Álvarez como delanteros. Pese a comenzar perdiendo a los 2 minutos, luego se dieron un festín y hasta el líbero Ligua Puebla convirtió.
Cobreloa al fin de semana siguiente empató con la UC en Calama con gol en el último minuto de Mario Rojas, lo que en cierta medida le costó el título a ambos equipos. Garcés no quería saber nada de la Conmebol. Luego cayó con Rosario Central en cuartos de final, a la postre campeón del torneo, y mismo equipo que enfrentaría en la versión de 1996.
Club Ciclista Lima volvió a sus pellejerías, las que llegaron a su apogeo en diciembre de 1995. Sin ningún peso en sus arcas, a los jugadores se les pagó con papel higiénico, ya que uno de los dirigentes tenía una fábrica. Peor es nada, los jugadores aceptaron, y a muchos de ellos se les vio vendiendo el confort de forma ambulante en las calles de Lima. Había sido un año de mierda.