Dicen que es el jugador más talentoso en toda la historia del fútbol italiano, y este 2021 se puso de moda otra vez por su película de Netflix. Sí, película, no documental. De su vida y no tanto de su carrera. Se omite el Mundial Italia 1990 y Francia 1998. No sale nada de sus pasos por Juventus, Milan, Bologna e Inter de Milán. No aparece el partido ante la Roja en Burdeos, ni Nelson Tapia ni Ronald Fuentes, pero sí muy buenas caracterizaciones de Taffarel, Dunga, Massaro y Arrigo Sacchi, protagonistas de EEUU 1994 y la final ante Brasil, para donde se encamina la primera parte de la película, donde el budismo del Codino es eje central.
En tierras de catenaccio, de Baresi, los Maldini, Capello, Scirea, Cannavaro, Costacurta y Nesta, el gran Roberto Baggio dejó su marca. Figura en los 80, los 90 y los inicios del 2000. Es un referente para esa posición prácticamente inventada en Italia, la del 9 y medio detrás del delantero goleador. La de Zola, Del Piero, Mancini, Totti, Cassano, y para donde iba Andrea Pirlo antes de convertirse en uno de los mejores volantes defensivos del mundo. Con todos ellos como competidores, más algunas glorias de España 82, y anteriores, es que Roberto Baggio se erige como el jugador más talentoso de toda la historia del fútbol italiano.
Lippi, Sacchi, Capello, Tábarez, Cesare Maldini, Zoff y Trapattoni fueron algunos de sus entrenadores y con todos tuvo roce. Pese a profesar el budismo, muchas veces sus actitudes salían de la tranquilidad para explotar ante entrenadores con los que competía por protagonismo, al punto que pensó que Sacchi lo quería fuera de la final ante Brasil en 1994 para que se hablara del “Equipo de Sacchi” y no del “Equipo de Baggio”.
A inicios del Siglo XXI, y en plena lucha para llegar al Mundial de Corea-Japón 2002, recaló en el Brescia, un pequeño equipo, pero en donde le ofrecían jineta, liderazgo, titularidad y las palmadas en la espalda que había perdido en el Inter de nuestro Iván Zamorano, de quien se hizo amigo, algo difícil por la extraña personalidad del italiano, quien tras su retiro ha rechazado ofertas para comentar fútbol para no compartir con analistas que no saben parar un balón.
Su DT en Brescia sería Carlo Mazzone, un cercano entrenador de gorra y buzo, más parecido a un instructor de Escuela de Fútbol que un DT de la Serie A. Le decían el “Trapattoni de los pobres”, paradójicamente el DT que lo dejaría afuera del Mundial 2002 después de prometerle nominación, nominación por la que Baggio se había recuperado milagrosamente en tres meses de una lesión donde se necesitaban mínimo seis. “Un mito viviente como Baggio no necesita caridad”, se defendería Trapattoni, siempre a la defensiva.
En Brescia, menos de dos años antes del Mundial asiático, Baggio se reencantó con el fútbol cuando su carrera acababa. Allí tuvo otro acercamiento con Chile. En el equipo de Guardiola y Luca Toni, también conoció a Mario Salgado, el delantero chileno que saltó al Calcio desde el viejo estadio de Talcahuano. En un partido de la Serie A, cuando todos estaban pendientes de los esfuerzos del Divino para volver a la Azzurra, el chileno optó por no devolverle una pared y probar al arco desde una posición complicada. Al Budista Baggio se le olvidó la tranquilidad y lanzó su mejor repertorio de garabatos en italiano al joven delantero nacional. Los de Baggio venían ligados a razones futbolísticas, él estaba en mejor posición. Los del chileno no bajaban del “Viejo conch…, qué te creís”. Días después fue el propio Baggio quien se acercó al joven delantero nacional para pedirle disculpas, pero para dejarle en claro que para la próxima debía devolver la pared.
Sí, era un Viejo tal por cual en la cancha, pero a esas alturas un Viejo sabio que quería lo mejor para el equipo que llegó a salvarlo del descenso, y que lo llevó hasta copas europeas y a hacerle un nombre en el mundo futbolístico. Por cosas como esa es que tiene su propia película en Netflix. El Divino Codino, más que el penal perdido en EEUU 1994 cuando era vigente Balón de Oro. Sí, el Mejor Jugador del Mundo. El crack italiano que compartiría con Zamorano, Salgado, y nos amargaría una mañana de junio en 1998.