Un hijo, un papá y el fútbol

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Dicen que el fútbol siempre le gusta más a los hijos que a los papás. En mi caso es así. Mi papá no es una persona muy complicada, así que no se va a esmerar en ser más fanático que yo y contradecir a la naturaleza.

Aún así, hace poco me sorprendió. Tenía una misa al mediodía y me confesó que llevaría audífonos para escuchar un partido de la Católica. Yo jamás haría eso, pero ni tras ese detalle él no me supera en el gusto por el fútbol.

Nunca ha sido de ver todos los partidos que dan. O más bien sí, pero se queda dormido a ratos y se despierta para los goles. Confunde a los jugadores y me pregunta si Kalule Meléndez es René Meléndez, si Fabián Orellana es el «Zurdo de Barrancas» o si todavía juega Horacio Simaldone. Además, saca risas porque dice que los equipos juegan «a priori» en vez de «a piacere».

Le gusta la Católica, pero celebró la Libertadores de Colo Colo el 91, sintió un dejo de tristeza cuando Colo Colo perdió la Sudamericana del 2006 y me imagino que se alegró con la U del 2011. Eso sí, al día siguiente ya ni se acuerda ni del rival. No hace buylling ni deja huellas en internet. Si se gana, se gana. Y si se pierde, se pierde. ¿Si se empata? Penales, diría él.

Cuando chico me leía las Barrabases. Las comprábamos bien desfasadas, generalmente usadas, así que las elegíamos según la cantidad de fútbol que traían. Esa que el papá de Pirulete se puso farrero no me gustó. Traía como dos páginas de pichanga no más. Las de ltalia 90, Copa América 91, y varias más, sí que valían la pena.

A mitad de los 90 sufrimos con la UC. Nos ilusionamos en la final de la Libertadores del 93, y el 94-95 fue pura amargura. Perdimos dos finales con la U, se murió Tupper, y quedamos eliminados en la Libertadores del 95 con River Plate por culpa del Pato Toledo. Nos conformamos con celebrar la Interamericana del 94 y una Copa Chile del 95. Esa la vimos juntos, en la casa, por tele abierta. Ganamos.

Ya de grandes (de viejos suena feo), el fútbol era sinónimo de reunión. Daba por hecho que un partido por la tele traía consigo una piscola invitada por el hijo. Se sorprendía cuando no había, pero no hacía nada por solucionarlo. Sólo veía el partido y esperaba que nuestro equipo jugara «a priori».

Hoy hablamos de fútbol, y mucho. A veces está más informado que yo porque escucha la radio. Yo me quedo con las webs que cada vez se llenan de más mierda. A mi papá no le interesan las fotos en Instagram de la novia de Ronaldo. Le interesa saber dónde se fue el Pelao Acosta, cuántas fechas le dieron a Beausejour o preguntar retóricamente por qué es tan lento Pepe Rojas.

Cuando perdimos con Brasil en el Mundial no lloré. Se me apretó la garganta, pero no lloré. Tampoco lloré cuando Higuita le atajó un penal al Beto Acosta en la Libertadores del 95, pero él dice que sí. Eso quedó como verdad y ya me da lata discutirlo. Me imagino que él tampoco lloró post penal de Jara en Brasil 2014. Esta viejo y curtido. Eso no da para llorar, además que ya dijimos que no era tan fanático. Repito, yo tampoco lloré. Quizás un nudo en la garganta, pero no fue por el penal de Jara. Quería una alegría para mi viejo. Tiene 68 años y ha visto a Chile perder toda su vida. Nunca hemos ganado un puto título y creía que se merecía ese triunfazo.Prefería correr el riesgo de ganar y que su corazón no resistiera, que a perder y que volviera a vivir una nueva desilusión. Otro vez no fue así. Al día siguiente, estoy seguro, que no se acordaba del nombre del arquero de Brasil. Si ganábamos, la cosa cambiaba. Esa es la razón. No le gusta tanto el fútbol porque a nadie le gusta algo donde se pierde siempre. Por eso gozó con Colo Colo 91 y la U 20111. Eran chilenos ganando algo. Si le ganábamos a Brasil, se iba a acordar hasta de los suplentes de Scolari.

Un papá de excepción como él merece todo. Que su equipo sea campeón del Mundial de Clubes, que su selección sea campeón del mundo, que los torneos en casa se ganen siempre.

Somos chilenos y no pasará nada de eso. Al menos tiene un hijo que le dedicó una columna. «A piacere» pienso que le va a gustar más que levantar una Copa.