Con gol de Mauricio Pinilla, avalado por la tecnología que debutó en este Mundial, Chile derrotó 2-1 a Brasil en el segundo tiempo de alargue. Ya está entre los ocho mejores de Brasil 2014.
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Se conjugó todo. La mejor generación de jugadores del fútbol chileno, una hinchada que viajó para alentarlos, un local que ya no arrolla a nadie y el último chiche de la Fifa: la validación de goles gracias a la tecnología. Este sábado Chile derrotó 2-1 a Brasil en su Mundial hecho a su medida, en su estadio, con su gente, su clima y gracias a once guerreros que no se dieron ni por enterados de lo anterior.
Mauricio Pinilla, en el minuto 119, acabó con el sueño de los locales gracias a un derechazo potente, el mismo que no hizo en su debut por el Chievo Verona en el 2002 cuando Gianluigi Buffón le quitó su temprana gloria en Europa. Tras ese tiro suave y anunciado, Pinigol debió darse la vuelta larga para ser alguien en el fútbol internacional. Doce años después, el fútbol le dio una revancha. Poco tiempo comparado con lo que el destino le debía al fútbol chileno.
Pinilla entró en el minuto 87 por Arturo Vidal. Jorge Sampaoli sabía que su inclusión no era para matar el partido en los 90, sino que para ir por el triunfo en los 30 de alargue. Los brasileños habían marcado todo el partido a un delantero: primero Eduardo Vargas, cuando Alexis jugó retrasado y luego el propio Sánchez, cuando Vidal asumió las labores de segundo punta, más mentiroso que los vaticinios triunfadores de Brasil.
El premio, para algunos, fue mucho para el ex Piniron. Regaló varios años de su carrera por preocuparse de las mujeres, la fiesta, e incluso el trago. Pero como buen chileno tras Maracanazo, como Sampaoli tras ser despedido de O’Higgins, como Pepe Rojas tras fracasar en Independiente, como Isla tras sufrir la lesión más dura de su carrera cuando era figura del fútbol italiano, como Medel cuando se vio involucrado en accidentes extrafutbolísticos, con gente muerta incluida. Como todos ellos, Pinilla se recuperó. Comenzó de abajo. Fue figura, goleador y hasta capitán del Grosseto, volvió a la Serie A y este 28 de junio del 2014 estaba ingresando al partido más importante de la historia de Chile en los mundiales fuera de su patria.
Con la 9 en la espalda, la misma que le negó goles a Zamorano y Suazo en los torneos del 98 y el 2010, Pinilla se hizo grande. Por un segundo, a todos los colocolinos se les olvidó que era símbolo de la U. En realidad por dos, porque el primero sirvió para que la tecnología confirmara lo que la historia ya no nos podía quitar. Su remate, tras jugada con Sánchez, rebotó en el travesaño y golpeó en el piso centímetros tras la línea. Salió hacia la cancha, pero el gol ya estaba confirmado en el reloj del árbitro Howard Webb. La misma tecnología avalada por los brasileños para su Mundial los dejó fuera de competencia. El llanto no se hizo esperar. Neymar volvió a ser niño y David Luiz, el más duro durante el partido, salió entre lágrimas. Gary Medel se paró en una pierna y levantó uno a uno a los brasileños antes de fundirse en un abrazo con su capitán Claudio Bravo, el mismo que lo abrazó antes que a cualquiera en los goles ante España y el que se emocionó con él cuando debió salir en camilla.
La suerte, la historia, el destino, por fin estuvo con Chile. Ese travesaño de Pinilla pudo rebotar y volver al campo de juego. Quizás eran penales y la historia era otra. Sólo había cuatro especialistas en cancha (Pinilla, Sánchez, Aránguiz y Díaz) y el resto era una lotería. Pero no, esta vez por fin pudimos celebrar, 17 millones en Chile, unos 60 mil en Brasil, la presidenta viajando rumbo a EE.UU. Esta vez no hubo llantos ni triunfos morales, aunque si hubiéramos perdido era clara señal de avance. El viernes jugamos contra Colombia que acaba de vencer a Uruguay. No estará Silva y Mena por suspensión, Medel por lesión, Aránguiz y Sánchez en duda. Qué importa. Hoy aprendimos a confiar en nosotros mismos y también en el del lado. En Rojas, en Albornoz, en Beausejour, en el que sea. Como el que confió en Pinilla para el Grosseto. Sin él, hoy no estaríamos celebrando el triunfo más importante de nuestra historia. El del palo y el rebote milagroso tras la línea de gol. La delgado línea que dividió esta inmensa alegría de la derrota más fuerte y dolorosa que jamás hayamos sufrido. Mejor ni imaginemos cómo hubiera sido eso.