Cuando era chico iba a misa. Había hecho la Primera Comunión hace poco y tenía que ir casi obligado los domingo a las 12 del mediodía. Me sabía cada paso de la misa. Quería llegar luego a la parte de «pueden irse en paz» porque no encontraba la hora de cruzar la puerta y salir corriendo a mi casa, que afortunadamente quedaba cerca. No era por arrancar de la Iglesia, ni de Dios, ni mucho menosl cura, aunque hoy sería algo lógico. La única razón para salir corriendo es que a esa hora jugaba el Real Madrid por Megavisión.
Llegaba a mi casa y ponía el canal 9. Ahí estaba Milton Millas, Juan Manuel Ramírez y Héctor Vega Onesime. No quería verlos a ellos. Sólo quería ver al gran Iván Luis Zamorano Zamora. Era el 9 del mejor equipo del mundo y no había partido en que no hacía un gol. A veces lo confundía con Amavisca, pero siempre el gol temrinaba siendo de Bam Bam. Era 1994 y Chile sólo era conocido por Pinochet. Estábamos castigados por la Fifa y no asociaba a Zamorano con la camiseta Roja. Aún así, el gran Bam Bam no dudaba de capitanear a la selección cada vez que pactaban un amistoso. Recuerdo cuando el 93 jugamos contra Francia. Pensé que nos goleaban porque tenían a Ginola y Jean Pierre Papin, pero fue digno e hicimos un gol. Obvio que fue de Bam Bam. Ese mismo año se bajó del avión en Ecuador y jugó la Copa América. Sólo pudo jugar un partido, porque la suerte y un penal fallado del Coto Sierra nos dejó afuera contra Perú.
Ese es Bam Bam. Un guerrero, un luchador. El que todos queríamos conocer cuando éramos pequeños. Yo no tengo ídolos. Admiro a mucha gente, pero no tengo ídolos. Si me raptaran los yihadistas y me pusieran una pistola en la cabeza para decir un ídolo, creo que diría Zamorano. Cuando pequeño soñaba que llegaba a mi casa, que tomaba once, que comía marraqueta y hablábamos de fútbol. A pesar de Kenita Larraín, de haber jugador por Colo Colo, de Transantiago y de sus deudas, sigo soñando lo mismo.
Es que Zamorano en su momento fue Chile. Fue la cara de nuestro país. Cuando Madonna lo deseaba, no lo deseaba a él. Deseaba al hombre chileno. Al esforzado, guerrero y con gran capacidad de meterla adentro. Cuando el Calcio lo dejó usar la 1+8, lo hizo porque era Zamorano, cuando el Inter y el Real Madrid lo homenajearon en cancha varios años después de su retiro, era porque dejó marca, y de eso los verdaderos agradecidos no se olvidan.
Pero vivimos en un país chaquetero. Esperando la caída de los grandes, sin diferenciar en cómo se hicieron grandes. Zamorano lo hizo en buena lid. Casi desnutrido, de una clase media-baja, carreteanto en una carroza porque era el único auto que tenía a la mano. Saltando hasta la lámpara de su casa para mejorar el cabezazo, tal como Rocky practicaba con los pedazos de carne.
Ese es Zamorano. Al que nada le regalaron. Al que la vida le abrió una puerta mandándolo de Cobresal al Bologna y el le pagó con creces. Así pagará sus deudas ahora. Y si no los paga, es cosa de él. El endeudado es el ciudadano Zamorano, no el ídolo Zamorano. A ese déjenlo tranquilo. Tiene que estar listo para cuando se arme la selección chilena de todos los tiempos. Ahí será el capitán. No digo que sea mejor que Elías, Salas o Caszely, pero será el capitán.
Por favor, no chaquetemos al capitán.