Al abuelo le gustaba el fútbol como a pocos. Como a muchos nunca le gustó el Guatón Santibáñez ni Orlando Aravena. “Eran muy ratones”, decía. El abuelo tenía un vino. Él creía que era el mejor vino del mundo, pero hoy no pasaría de las 25 lucas en el Jumbo. Al abuelo no le gustaba tanto el vino, pero tomaba vino. Al abuelo lo que le gustaba de verdad era el fútbol. Eso sí que lo consumía con emoción. Lo seguía en diarios, revistas, radio y TV. Si hasta vio los Juegos Olímpicos del 84 en Los Ángeles y los Panamericanos de Indianapolis del 87, siempre tomándose un vinito y rabiando con la tele. Tampoco le gustaba el Marinero Carrasco como DT. Él quería a Cantatore o a Andrés Prieto. Los pedía en voz alta, enojado, encarando a Pato Bañados, Carcuro, Ignacio Hernández. El abuelo siempre fue viejo y mañoso. No sé como no le gustaba Santibáñez.
El 87 vio la final de la Copa América. Estaba feliz hasta que entrevistaron a la esposa del Cóndor Rojas y le hicieron un contacto a minutos de la final con Uruguay. Dice que el Cóndor se desconcentró y por eso le hizo el gol Bengoechea. Yo le creo. El abuelo era viejo zorro. Se equivocaba poco, salvo que pensaba que el vino que guardaba era caro. Era más caro de los que tomaba él, pero no era de los más caros. “Lo voy a abrir cuando salgas del colegio”, me dijo una vez. El vino sigue cerrado y yo salí del colegio hace varias décadas.
El vino siempre estuvo escondido. Lo cuidaba como un diamante. Él no sabía que se podría haber tomado hasta con Coca Cola y nadie lo encontraría un crimen. Era un vino común y corriente, pero cuando se lo regalaron le vendieron la pomada de que era especial, para una ocasión especial.
El 89 el vino seguía sin abrirse y eso que yo ya estaba por salir de la Universidad. Lo tenía en la despensa , pero ni lo miró cuando fue a buscar algo para tomar durante el partido que pudo llevarnos a Italia 90. Me acuerdo perfecto que lo ignoró. Me acuerdo tan bien como el Pato Yáñez del Pato Yáñez. “No quiero tomar vino”, dijo. Yo sé que era mentira, como el tajo del Cóndor Rojas. El abuelo quería ese vino para celebrar algo de verdad, alguna vez, pero sabía que ese no era el momento. El viejo era tan zorro que se dio cuenta cuando el Cóndor se estaba cortando. Así de zorro. También se dio cuenta desde el comienzo que no clasificaríamos en ese partido. Prefirió tomarse una piscola con un Control que ya estaba abierto. El vino tenía que seguir esperando.
El abuelo se murió el 90 y no vio a Colo Colo campeón de la Libertadores. En realidad, el caballero nunca vio un título de Chile ni de ningún equipo chileno. Aún así le gustaba el fútbol como a todos los que leen esto. Cosa rara que nos guste algo que nos da más sufrimientos que alegrías.
Yo sé que el abuelo nunca quiso abrir el vino cuando yo saliera del colegio. Salir del colegio era sólo un trámite. No iba a gastar su vino más caro en celebrar algo que era cosa de tiempo. Él quería abrirlo cuando pasara algo anormal, insólito, impredecible. No lo hubiera abierto cuando clasificamos a Francia 98, Sudáfrica 2010 o Brasil 2014. Había visto tantas clasificaciones, que esas hubieran sido otras cualquiera, una más. Él quería que su Chile levantara una Copa. Una Copa América, por ejemplo.
Este martes el vino escondido se perdió. Yo lo hubiera botado a la basura, pero alguien se me adelantó. Debe estar vinagre, picado, mal oliente. El vino siempre estuvo ahí, en la despensa,al lado del Martini, del Cinzano, del Gin o del Pisco Control en los 80; del Tres Erre o del Artesanos en los 90; del Alto del Carmen y del Mistral en los 2000. Antes que lo botara, el vino desapareció. Espero que quien lo encuentre no se le ocurra tomárselo, o si no, se va a ir al cielo. Eso si es que el vino no se fue primero para allá arriba…