El Mati y el Chapa, 14 años después

Las comparaciones son odiosas, pero son entretenidas. Hace poco decían por ahí que las condiciones futbolísticas de José Pedro Fuenzalida (34 años, 22 de febrero de 1985) y Matías Fernández (32 años, 15 de mayo de 1986) eran inversas. Que el Chapa antes era malo y ahora es bueno, y que el Mati antes era muy bueno y ahora es malo, o menos bueno, para ser sutil. 

Matías debutó el 10 de julio del 2003 ante Ovalle por la Pre Sudamericana. Fuenzalida lo hizo el 10 de abril del 2004 ante Unión Española por el Torneo Apertura. Ambos fueron seleccionados sub 20 en el Sudamericano de Colombia 2005, torneo al que Fernández llegó como el “10” del Colo Colo de Dabrowski en el Clausura 2004, y Chapita como el carrilero derecho de Pellicer en los Pirulácticos. Colombia los juntaría en el verano, y nosotros los veríamos en vacaciones.

En ese torneo Matías Fernández fue la gran figura de Chile y uno de los mejores del torneo. Fuenzalida compitió con Fernando Meneses por el puesto de carrilero derecho, aunque la gran cantidad de partidos del torneo, y lo cerca que se jugaban, hizo que casi ni pelearan por el puesto. Ambos tuvieron un gran nivel, y junto a Matías, Jara, Lorca, Canales y compañía nos llevaron al Mundial de Holanda 2005.

El Mati era crack. Torneo a torneo era la figura de Colo Colo, hasta que a comienzos del 2006 se juntó con Valdivia y Chupete. Ahí por fin pudo ser campeón, pero fue en el Clausura de ese año en que se destapó. La historia es conocida: el único jugador chileno elegido como el Mejor Jugador de América jugando en nuestro país. Qué bueno que era, el 14 de los blancos era un crack. ¿Su pecado? Haber pasado de Colo Colo al Villarreal sin tomar descanso. Dejó Macul y a los días ya estaba a disposición en España.

Chapita, mientras tanto, era pura regularidad. A la vez que Mati era figura en los albos, Fuenzalida era titular indiscutido, pero actor de reparto en la Católica de Conca, Buljubasich, Ormeño, Quinteros, Arrué y Edu Rubio. Sería campeón en el Clausura 2005 e importante en la Sudamericana, cuando estrellaron su sueño ante Boca Juniors.

Es difícil comparar la carrera de ambos. La del Chapa fue en ascenso jugando casi siempre en Chile, salvo un pobre paso por Boca Juniors. La del Mati fue en descenso luchándola en equipos con aspiraciones en España, Portugal e Italia, pero con pasos “de más” en México y Colombia. 

Si Chapa volvió a la Cordillera entre pifias por su estadía en Colo Colo, hoy avanza para meterse en el equipo ideal de la historia de Universidad Católica. Es capitán y figura de una UC que ya tiene tres títulos nacionales en los últimos años y que en el 2019 ilusiona. Fernández, por su parte, poco y nada ha hecho para volver a Colo Colo. No ha presionado para regresar, y ha decidido ir a probar suerte a México, pasando a segundo plano ante otros chilenos (Dávila, Gallegos) y Colombia. 

Mientras tanto, Fuenzalida irá a la Copa América 2019 sin estar jamás nominado por Rueda, a la vez que el Mati lo estuvo y perdió la oportunidad jugándose su lugar en cancha. Bueno, para ser justos, Fernández fue titular en dos procesos eliminatorios (Bielsa y Borghi) y estuvo en un Mundial, perdiéndose el segundo por lesión. Fuenzalida, en cambio, solo fue importante en la era Pizzi, ganando la Copa América 2016. Fernández había ganado la 2015, pero su peak solo fue el penal en la definición ante Argentina.

Y por estos días, en Copa Libertadores, mientras el Chapa fue clave para ganar a Rosario Central, Fernández fue el primer cambio del Junior de Barranquilla para rearmar el planteamiento tras una expulsión. Ni Pellegrini se animó a tanto en el Villarreal.

Y así son. Ni mejor, ni peor. Diferentes, muy diferentes. Cada uno con su carrera. Uno en Chile, revitalizándose tras un receso de seis meses. Otro en Europa, con un salto a España sin tener descanso. Uno metiéndose en el lienzo de los históricos de Católica, el otro, Mejor de América, pero con poco tiempo para meterse en la galería de grandes ídolos de Colo Colo. 

Sería lindo que volviera Matías y nos entregara unas últimas pinceladas en el lugar donde se ha sentido más cómodo. Que no nos haga decir en unos años más “pucha que era bueno este weón, qué cresta le pasó”.