¿Qué te pasó, Claudinho?

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Hubo una época en la que andar por las veredas estaba prohibido. El fútbol en la calle se jugaba a lo marchito. No se permitía esconderse de la marca detrás de los árboles o hacer paredes con las murallas. Menos con las de la señora María. Ahí se enojaban los del equipo contrario, y también la susodicha por meterle ruido mientras dormía la siesta. Más grave era cuando la bulla era de noche.

Es que en verano no respetábamos horarios. Durante el año, flojos y estudiosos, no salíamos en la semana, y los fines de semana teníamos que entrarnos temprano. En verano todo cambiaba. Nos levantábamos jugando a la pelota y nos acostábamos jugando a la pelota. Sólo nos intrrumpían los Sudamericanos Sub 20 y los Mundialitos que organizaba Colo Colo. A veces ni eso. Todos queríamos ser Claudinho, Cambiasso o Rozental.

Éramos niños. Por nuestro costado pasaba la cuasi guerra Perú- Ecuador, los Pinocheques, los viajes de Frei. Sólo nos importaba la pelotita. De plástico y ojalá con una segunda capa hecha con una pelota rajada por la mitad. Era el Claudio, el Gonzalo, el otro Claudio y el otro Gonzalo,para todos, el Poroto. También estaba el Coty, el Rodrigo, el Ricardo, el Pablo, el Ñeñe, el Cristóbal y uno de la esquina al que le decíamos Don Francisco. Obvio que por su tremenda cabeza. Cabezas grandes y cabezas chicas. Todos sólo la usábamos para pensar en la pelota. Aunque se paseara la Monserrat o la María José por la vereda. Claro, ellas si podían usar la vereda, nosotros no.

El fútbol se jugaba en la calle, con equipos parejos, arquero jugador, aunque algunos no se atreviesen a salir a jugar adelante. Estaban los tímidos y los choros. Se formaban peleas, pero quedaban ahí, adentro del asfalto. Si nos desafiaban de la cuadra del lado, todos éramos uno. Los buenos se animaban a jugar atrás, los más chicos quedaban afuera y todos remábamos para el mismo lado. Si nos veía ganar la Monserrat y la María José, mejor todavía.

Así se nos pasaron varios veranos. Rompiendo zapatillas, actualizándonos con las pelotas y con las camisetas del fútbol, en una época donde el marketing te permitía aguantar con la misma camiseta por casi dos años. La Samsung de la Cato, la Nike de Colo Colo, la Chilectra de la U. Después supimos que era por Yuraszeck, el mismo que nos cortaba la luz.

Buenos y malos. Flojos y mateos. Garabateros y educados. Éramos niños y no teníamos prejuicios. Nos unía la pasión por la pelota en una época donde la selección chilena no competía por nada. Nadie tenía la camiseta de la Roja. Pero nadie. Salas aún no era crack, Zamorano era un ídolo lejano. Para Francia 98 ya no nos juntábamos. Éramos grandes y ahí sí que importaba más la María José que la Tricolore, la pelota del Mundial.

Nadie de ese grupo fue Claudinho y Claudinho tampoco fue nadie. Sólo el 10 de Brasil en el Sudamericano Sub 20 del 95. Probablemente no se acuerden de él ni en Placar. Yo me acuerdo porque me recuerda a mis primeros amigos. Esos amigos del barrio a los que nunca mas vi y probablemente nunca más veré, menos en una cancha de fútbol hecha de cemento y unas cuantas piedras usadas como arcos.

La señora María sigue viva, añorando esa época, donde estaba sana y con ganas de retarnos. Las pelotas de plástico cuesta encontrarlas. Los mundialitos ahora los hace la UC y no los dan por TV abierta. Los niños, los niños ya no existen. Existen, pero no en la calle haciendo equipos, desafiando a los autos y al calor. En el Fifa 2015 son cracks, para que serlo en la calle, sin la necesidad de hacer paredes contra la muralla.

Gabriel. Sí, Gabriel. Gabriel se llamaba el de la cabeza grande que se parecía a Don Francisco. Hasta el programa de Don Francisco terminó. Cerremos todo por fuera. Guardemos las piedras de los arcos, entrémonos antes que nos peguen un grito y nos vamos directo a la ducha. Ya van a ser las 12. Da lo mismo, es verano. Cuando niño siempre es verano.