Federico Chiesa: El hijo definitivo

De tanto hijo de crack noventero que anda dando vuelta en Chile y el mundo, la del delantero italiano Federico Chiesa es la versión más parecida a lo que fue su padre. En este caso Enrico, temible atacante del Parma, Fiorentina y la Azzurra. Lo conocimos en la Eurocopa del 96, pero nos tocó enfrentarlo en Francia 1998. Afortunadamente, no en su mejor versión. El DT Cesare Maldini lo puso de carrilero derecho a enfrentar en el uno contra uno a Francisco Rojas. Chiesa medía 1,77, el Murci se le plantaba con su 1,66 de estatura.

Enrico Chiesa no iba a jugar ese Mundial. Vieri, Del Piero, Baggio y Filippo Inzaghi tenían sus lugares asegurados. El quinto delantero iba a ser Fabrizio Ravanelli, de pelo blanco, mas no tan viejo. Para el Mundial de 1998 tenía 29 años, pero pintaba canas desde inicios de la década. Ravanelli, clave en la clasificación italiana en la nieve de Rusia, se había ganado su lugar forzando el autogol de Victor Onopko. Estuvo en todo el proceso previo a la Copa, pero pocos días antes del debut en Francia 98 presentó un cuadro de bronconeumonía bacteriana. “El mayor pesar de mi carrera”, declararía luego quien sería compañero de Marcelo Salas en la Lazio.

La enfermedad de Ravanelli le abría la puerta a Gianfranco Zola, el mediapunta del Chelsea, a quien pedía toda Italia. O a Francesco Totti, la joven figura de la Roma. El experimientado Pierluigi Casiraghi tal vez. No. El elegido por Cesare Maldini fue Enrico Chiesa, de gran campaña en el Parma junto a Hernán Crespo. Delantero potente, de echar la caballería encima. Bueno, como ver a su hijo Federico Chiesa, el que le anotó a España con un gol que perfectamente pudo ser de su padre.

Enrico Chiesa, con la camiseta 20 heredada de Ravanelli, entró a los 61 minutos ante Chile en Francia 1998. La Roja ya vencía 2-1 desde los 48 minutos. El conservador Cesare Maldini sacaría a su defensivo carrilero derecho, Angelo Di Livio, para poner al portentoso delantero de los mejores años del Parma. Se paró en la banda para encarar a Francisco Rojas y fue factor en la mejora italiana, mejora que contó con ayudita del árbitro.

Enrico Chiesa jugaría su segundo partido en el Mundial ante Noruega en octavos de final. Esta vez sí lo haría como delantero, entrando a los 77 por Alessandro del Piero. Los italianos ganaban desde los 18’ con gol de Vieri. El resultado se mantendría hasta el final. Para ese Mundial su hijo Federico tenía solo ocho meses. Enrico luego pasaría a la Fiorentina para jugar con Batistuta, a la Lazio 2002-2003 para compartir con Simone Inzaghi y el Piojo López. Luego al Siena, donde se convirtió en genio y figura, al estilo de Baggio en el Brescia, Locatelli en el Bologna o Di Natale en Udinese.

Hoy, en semis de la Euro 2020+1, fue su hijo quien se ganó un puesto entre los estelares de su equipo y también un pedacito de historia en la selección italiana. Actual jugador de la Juventus y antes compañero de Erick Pulgar y Ribery en la Fiorentina. Ante España fue clave mientras estuvo en cancha. Con su gol y con lo que molestaba arriba. Igualito a su padre, quizá el menos famoso de los “padres de”. Es que en tiempos del hijo de Lilian Thuram, de Patrick Kluivert, de Danny Blind, Mazinho o Diego Simeone, lo de Federico Chiesa es lo más parecido a la versión de su padre. El hijo definitivo del fútbol europeo.