Copa América 1995 y el gordo pintamonos

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Tres meses estuve juntando el álbum de la Copa América Uruguay 1995. Tres meses yendo a comprar sobres a algún Bazar cerca de mi casa. La vida de barrio de los 90 traía consigo la cercanía, y la cercanía, el cahuín. Si compraba más de 500 pesos en sobres le preguntaban a mi mamá de dónde saqué la plata. Ahí tenía que decir la verdad y contar que le había vendido la mitad de mi colación a un gordito del colegio al que sólo le mandaban comida saludable. Conmigo jamás le faltó un buen jamón-queso.

La cosa es que sólo quería completar el álbum. Uno bien malo que sacó Salo con imágenes, incluso, de la Copa América del 87. Byron Tenorio salía niño y el 95 ya era viejo. Cuando juegó en la Unión Española el 2000 era un anciano. Un saludo, Byron.

Tres meses comprando láminas con el sólo afán de un coleccionista. Completarlo, guardarlo y al mueble. Mis compañeros del colegio ya habían juntado el del Torneo Nacional, así que no les interesaba el de la Copa América. Como Pirulete, estaba solo frente al mundo.

Eso hasta que un bazar encontré a mi otro yo. En verdad, a dos yo. Un gordo, ya viejo, también juntando el álbum. Demás que le robaba sobres a su mamá porque tenía más láminas repetidas que pegadas. Él era grande. No teníamos mucho en común, sólo que los dos llenábamos ese álbum fome de Salo. Él no era coleccionista, sólo un pintamonos. Un pintamonos viejo.

Fue una de las pimeras personas adultas, lejanas a mi casa, con la que hice amistad. Amistad interesada. Dos o tres  láminas por una, lo que fuera. Ya iba para el cuarto mes y nada que completaba el álbum de mierda. No sabía que en Bellavista vendían las láminas afuera. Mi vida era el barrio, no Bellavista. Cuando conocí la cerveza, me vida fue Bellavista y no el barrio.

Yo creo que la Copa América ya estaba por empezar. Uno o dos días quizás. Yo seguía ahí, intacto en mi lucha por llenar el álbum. El viejo lo tenía casi lleno, pero no estaba ni ahí con el álbum ni con la Copa América. No sabía que Zamorano se había negado a jugarla y que Passarella había llamado sólo jugdores con pelo corto en Argentina. Estoy seguro que no se percató que los jugadores chilenos venían con segundo apellido o que en Ecuador había un jugador que se llamaba Ivo Ron. ¡Rooooon, pos loco!

Un día llegué decidio a pedirle el álbum. Él ya lo había timbrado. Mi intención era arrancar sus láminas y pegarlas en el mío. Me faltaba Carlos Bossio en Argentina, Jorge Campos en Paraguay, Ronald Baroni en Perú y alguno más por ahí. Con voz de niño, ingenuo pero decidio, le pedi su álbum. Me miró y se  rió. Lo había botado en la mañana. ¿La razón? Se había comprado el Especial de la Copa América 1995. Venite jugadores por país, reseñas, canchitas, más fotos, y, obviamente, más caro. Aún así, rl gordo seguía sin saber cuándo empezaba el torneo. Pintamonos de mierda.

Ya no tenía opción de completarlo. Eso hasta que mi papá me tomó del brazo un sábado, me llevó a Salo en Bellavista y compró las láminas como si fueran de oro. Como quinientos pesos cada una. Estaba tan cerca de completar el álbum, pero yo miraba de reojo el quiosco de la esquina. Ahí estaba el Especial de la Don Balón, colgado, esprando que lo comprara. Lo tuve y le di mejor trato que el gordo.  Aún la tengo. El gordo no se debe acordar ni siquiera del gol de Tulio a Argentina. De cartón. De cartón piedra, eso sí. Gordo de mierda.